¿EN QUÉ CONSISTE LA LIBERACIÓN DE LA MUJER?
Café Filosófico No. 4
65

31 de mayo del 2008
Carmen Zavala
 

 

La liberación de la mujer no depende solo de ella misma sino del cambio de la sociedad tanto en el aspecto económico, social y político, como en el aspecto ideológico, esto es, en la psicología de los hombres y mujeres de la sociedad.

Lenin se refiere de manera concreta al papel de la mujer en el proceso revolucionario sobre todo en 3 textos:

1)  El día internacional de las obreras, 1921

2)  La emancipación de la mujer, 1920 (entrevista de Lenin por Clara Zetkin)

3) El programa militar de la revolución proletaria, 1916

De estos textos se desprende en resumidas cuentas que el papel de la mujer en la Revolución es el mismo que el del hombre. Solo que las mujeres, a diferencia de nuestros pares hombres no estamos sometidas SOLAMENTE a la opresión económica propia del sistema capitalista, sino además al papel de “responsables principales de los hijos” y en tanto tal, en mayor o menor grado, a la “dependencia del marido” y a la “esclavitud doméstica”. Esta situación hace que para la mujer la necesidad de plasmar la sociedad socialista sea aún más imperiosa que para el hombre, pues sólo en ella podrá liberarse plenamente, en tanto que sólo las sociedades socialistas, proveen de una educación gratuita, confiable y de calidad completa a los niños, desde wawawasis (desde los primeros meses) hasta la universidad, pues la maternidad no significaría la anulación de la madre.

En este sentido Lenin denuncia que es un problema que los hombres involucrados en el proceso revolucionario observen impávidos “cómo la mujer se desgasta en el trabajo doméstico, un trabajo menudo, monótono, agotador y que le absorbe el tiempo y las energías; cómo se estrechan sus horizontes, se nubla su inteligencia, se debilita el latir de su corazón y decae la voluntad”.

Y el problema de fondo no es sólo el de solidaridad o identificación de los hombres con sus compañeras de lucha, sino que es un problema de estrategia revolucionaria. Si, bien puede estar claro que el objetivo final es la instauración de sociedad sin clases, nos dice Lenin, “las amplias masas femeninas trabajadoras y populares no sentirán el anhelo irresistible de compartir con nosotros la lucha por el Poder del Estado si siempre trompeteamos exigiendo esta sola reivindicación, (…) también en la conciencia de las masas femeninas debemos vincular políticamente nuestro llamamiento con los sufrimientos, las necesidades y los deseos de las trabajadoras. Estas deben saber que la dictadura proletaria significa para ellas la plena igualdad de derechos con el hombre tanto ante la ley como en la práctica, en la familia, en el Estado y en la sociedad, así como también el derrocamiento del poder de la burguesía. (..) La diferencia entre su situación aquí (en la sociedad socialista) y allá (en la sociedad capitalista) debe ser establecida con precisión, para que se pueda contar con las masas femeninas en la lucha de clase revolucionaria del proletariado”.

El efecto nefasto que las actitudes machistas aún producen hasta el día de hoy en el seno de las organizaciones revolucionarias, sindicatos y partidos comunistas ahuyentando al 50% de la población femenina de sus filas es algo que es tomado muy a la ligera en países como el nuestro.

Incluso algunos dirigentes de movimientos revolucionarios en vez de alentar a sus compañeras femeninas a luchar por sus reivindicaciones específicas y por una representatividad del 50% en sus organizaciones de lucha, como propugnaba Lenin, las acusan de levantar banderas de lucha pequeño-burguesas para acallarlas, ya que les son una piedra en el zapato en el libre ejercicio de su machismo retrógrado y conservador.

 

En su texto “El segundo sexo” (1949), Simone de Beauvoir enfrenta el problema de en qué sentido la mujer termina siendo inferior al hombre, no solo por su situación económica y social dependiente, sino incluso muchas veces habiendo logrado la autosuficiencia económica. Resalta el papel que la sociedad fuerza asumir a las mujeres. Las mujeres reciben menos estímulos de la sociedad que los hombres, en el sentido que se le pide menor exigencia. Normalmente no se espera de ellas que mantengan económicamente un hogar, sino que lo hacen solo cuando es necesario para la subsistencia. De allí resulta que una mujer desempleada es considerada ser un ama de casa, y no recibe la presión de la marginalización social que recibe el hombre desempleado. Además, desde temprana edad se las educa ya sea en la propia casa o a través de los medios a acicalarse y arreglarse para agradar a los hombres, inculcándoles de alguna manera que el éxito de su vida, puede ser el encontrar el hombre ideal y dedicarse a él. En tanto la sociedad le asigna los papeles protagónicos en la sociedad a los hombres y les hace creer a las mujeres que su papel es el de madres, esposas, enamoradas, etc. y que estos son en realidad grandes papeles, la mujer en la mayoría de los casos queda marginalizada de la participación de los grandes eventos de la historia y los papeles protagónicos de la sociedad. Para justificar psicológicamente su existencia insignificante suele seguir alguno de los tres patrones que Simone de Beauvoir expone: La narcisista, la enamorada y la mística.

La narcisista es la mujer que se centra en sí misma, para huir del hecho de que está marginalizada de la sociedad. A propósito De Beauvoir dice lo siguiente:

“Todo amor reclama la dualidad de un sujeto y de un objeto. La mujer es conducida al narcisismo por dos caminos convergentes. Como sujeto, se siente frustrada; (..) su agresiva sexualidad ha quedado insatisfecha. Y, lo que es mucho más importante, las actividades viriles le están prohibidas. Está ocupada, pero no hace nada; a través de sus funciones de esposa, madre, ama de casa, no es reconocida en su singularidad. La verdad del hombre está en las casas que construye, las selvas que desmonta, los enfermos que cura; la mujer, al no poder cumplirse a través de proyectos y fines, se esforzará por captarse en la inmanencia de su persona. Parodiando la frase de Sieyès, Marie Bashkirtseff escribía: «¿Qué soy yo? Nada. ¿Qué quisiera ser? Todo.» Porque no son nada, multitud de mujeres limitan hoscamente sus intereses a su solo yo, que ellas hipertrofian hasta confundirlo con el Todo. «Yo soy mi propia heroína», añadía Marie Bashkirtseff. Un hombre que actúa, necesariamente se confronta. Ineficaz, separada, la mujer (..) se da una importancia soberana, porque ningún objeto importante le es asequible.

Entonces se crea una versión retocada e idealizada de sí misma y su monótona vida. En otros casos asume el papel de víctima de las circunstancias, centrándose también en ella misma y una imagen que de sí misma se crea.

El otro patrón de conducta que le sirve al mujer para sobrellevar su anulación como sujeto protagonista en su sociedad se da comúnmente en lo que Beauvoir llamaba la mujer enamorada. La mujer trata de realizarse a través de un hombre en vez de por sus propios logros. Al respecto cita a Nietzsche en La gaya ciencia:

 

“La misma palabra amor  significa, en efecto, dos cosas diferentes para el hombre y para la mujer. Lo que la mujer entiende por amor está bastante claro: no es solamente la abnegación, sino una entrega total del cuerpo y del alma, sin restricciones, sin consideración a nada. Esta ausencia de condiciones es lo que hace de su amor una fe, la única que posee. En cuanto al hombre, si ama a una mujer, es aquel amor el que quiere de ella; está muy lejos, por consiguiente, de postular para sí el mismo sentimiento que para la mujer; si hubiera hombres que experimentasen también ese deseo de abandono total, a fe mía que no serían hombres.

En ciertos momentos de su existencia, algunos hombres han podido ser amantes apasionados, pero no hay ni uno solo al que pudiera definírsele como «un gran enamorado»; en sus más violentos arrebatos, jamás abdican totalmente; aunque se hinquen de rodillas ante su amante, lo que desean de nuevo es poseerla, anexionársela; en el corazón de su existencia siguen siendo sujetos soberanos; la mujer amada no es más que un valor entre otros; quieren integrarla en su existencia, no sepultar en ella su existencia entera. Para la mujer, por el contrario, el amor es una dimisión total en beneficio de un amo.”

“Es la diferencia de su situación la que se refleja en el concepto que el hombre y la mujer tienen del amor”, explica De Beauvoir, El individuo que es sujeto, que es él mismo, si tiene el gusto generoso de la trascendencia, se esfuerza por ensanchar su aprehensión del mundo: es ambicioso, actúa. Pero un ser inesencial no puede descubrir lo absoluto en el corazón de su subjetividad; un ser consagrado a la inmanencia no podría realizarse en actos. Encerrada en la esfera de lo relativo, destinada al varón desde su infancia, habituada a ver en él un soberano con el cual no le está permitido igualarse, lo que soñará la mujer que no haya ahogado sus deseos de reivindicarse como ser humano será trascender su ser hacia uno de esos seres superiores, unirse, confundirse con el sujeto soberano; no hay para ella otra salida que la de perderse en cuerpo y alma en aquel que le es designado como lo absoluto, como lo esencial.”

 

Este tipo de síntomas de escapismo tienen su impacto incluso en las mujeres emancipadas. La mujer trabajadora, partícipe en las luchas sociales y políticas y/o de los grandes avances científicos de la sociedad, muchas veces tiene que lidiar con las exigencias de feminidad y del papel de madre y ama de casa que la sociedad les impone, para mantener el reconocimiento de su entorno (se pretende de ella que sea narcisista y asuma como víctima esa responsabilidad o que asumiendo el papel de enamorada “se realice” en función de su marido o sus hijos, es decir, se asume que debe vivir para otros) . De ello resulta que, independientemente de que asuma el rol de responsable de la crianza de los hijos y las labores de la casa, o no,- si los hijos están descuidados o la casa desordenada, la sociedad nunca le echa la culpa al hombre, sino a la madre de esos hechos, creando una presión social sobre ella, de la cual su par masculino no necesita preocuparse, sino que puede dedicarse por entero a la transformación de su sociedad y a acciones de trascendencia para la sociedad, así como a su propio crecimiento personal. A su vez se espera un papel sexualmente sumiso y pasivo de la mujer, lo cual no permite una vivencia de su sexualidad libre aceptada por su entorno social, lo cual también la pone en desventaja con sus pares. Tenemos que por ejemplo el presidente de Francia se puede casar con una modela de desnudos, con la aprobación de la sociedad, pero es difícil suponer que si Angela Merkel o Margareth Thatcher, hubieran decidido casarse con gigolós mas jóvenes, la población hubiera aprobado esos matrimonios. En ese sentido la mujer emancipada se ve de todos modos en desventaja frente a sus pares masculinos, que aumentan su atractivo sexual a medida que su poder en la sociedad aumenta, mientras que el de la mujer, por lo general disminuye.

Al respecto dice De Beauvoir:

 

“El privilegio que el hombre ostenta y que se hace sentir desde su infancia consiste en que su vocación de ser humano no contraría su destino de varón. (..)Sucede que sus triunfos sociales o espirituales le dotan de un prestigio viril. El no está dividido. En cambio, a la mujer, para que realice su feminidad, se le exige que se haga objeto y presa, es decir, que renuncie a sus reivindicaciones de sujeto soberano. Ese conflicto es el que caracteriza singularmente la situación de la mujer liberada. Rehusa acantonarse en su papel de hembra, porque no quiere mutilarse; pero también sería una mutilación repudiar su sexo. El hombre es un ser humano sexuado; la mujer solo es un individuo completo e igual al varón si también es un ser humano sexuado. Renunciar a su feminidad es renunciar a una parte de su humanidad.”

 

La liberación de la mujer, es decir la igualdad de oportunidades del 50 % de la población con sus pares masculinos, no se limita pues al problema de la emancipación económica. Si bien, sin emancipación económica no puede haber libertad individual (ni de mujeres, ni de hombres tampoco), es necesario mucho más que ello. Es necesaria la transformación de la crianza de nuestros hijos desde la primera edad y esto implica la transformación de las estructuras económicas y sociales. No puede haber una mujer emancipada en una sociedad con mentalidad machista, como la descrita, en la que se pretende endulzar el trabajo de la madre o el ama de casa como dignificante y valioso, para evitar que sean las mujeres que le deleguen ese trabajo a sus pares masculinos.

 

Esto se muestra también en el hecho de que el promedio de mujeres en la universidades es muy alto, prácticamente el 50 % de la población estudiantil, pero que en los puestos de trabajo el número de mujeres que ejercen las profesiones estudiadas es mucho menor que el de los hombres y el número de mujeres en puestos de importancia y/o de mando son ínfimos. La maternidad dentro de una sociedad conservadora juega un papel fundamental en este hecho, ya que las mujeres abandonan sus puestos de trabajo o trabajan a medio tiempo durante un período crucial de sus vidas, mientras sus pares masculinos hacen carrera y se desarrollan como seres humanos. Así vemos como incluso en países económicamente desarrollados como Alemania o Estados Unidos, estos problemas persisten. Asimismo en las sociedades del ex-bloque socialista y en la China este problema no ha podido superarse del todo, por una serie de circunstancias particulares.

 

Desde el punto de vista filosófico el problema de fondo es que uno no es libre de ser lo que quiera ser ante la sociedad. Si bien la sociedad no determina nuestros actos, sino que nosotros somos libres y responsables de la actitud que asumimos frente a la realidad, nosotros no podemos controlar la “mirada” del otro sobre nosotros. No podemos controlar como seremos juzgados por los demás. No basta con decir que no nos interesa la opinión de los demás, porque hay hechos concretos: y es que si no le hacemos hasta cierto punto el juego a la opinión común, seremos marginados de nuestros puestos de trabajo y socialmente. Somos libres de tomar una decisión ignorando la opinión prejuiciada de la sociedad alienada, pero no estamos eligiendo la marginalización, sino que esta se nos viene como una pesada carga que acompaña la satisfacción de haber asumido una actitud afirmativa y creadora, diferente a la promovida por los grupos de poder.

 

Por todo ello la liberación de la mujer de su marginalización social no puede ser una lucha individual, sino que tiene que ser individual y colectiva a la vez, para poder ser efectiva. Esto significa que consiste en luchar individualmente por ser seres humanos plenos y protagonistas de la historia, y luchar colectivamente por crear las situaciones económicas, sociales e ideológicas, que así lo permitan.

 

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Café Filosófico No. 150